jueves, 26 de noviembre de 2009

De los hombres y el teléfono móvil

Es un hecho. Es oficial. Basta de preguntas, de vacilaciones, de dudas. El extraño comportamiento del hombre del nuevo siglo se debe rotundamente a las nuevas tecnologías. Y, en concreto, al uso de los teléfonos móviles. Mucho se ha hablado ya acerca de los efectos de las ondas electromagnéticas sobre el sistema nervioso de los humanos. Incluso se asevera en el mundillo científico que las ondas que producen los móviles dañan las cadenas que transportan la información genética contenida en el núcleo de las células. Para hacerlo más impactante diré que el uso de dispositivos telefónicos celulares modifica el ADN humano. Sin embargo, las investigaciones aún no prueban que los cambios producidos representen un riesgo para la salud. Por eso sigo llevando mi móvil en el bolso, y sufriendo las consecuencias negativas para la psique femenina que he comentado ya en otra oportunidad. 

Ahora bien, las influencias sobre la psicología masculina se ven agravadas por esa costumbre de llevar el móvil en el bolsillo delantero de los pantalones que afecta al 99% de los hombres heterosexuales (porque todos sabemos que los gays lo llevan en su bolso cruzado). Las ondas electromagnéticas sobrecalientan los testículos, afectando doblemente al hombre postmoderno. En primer lugar, cada vez son más los casos de batallas perdidas justo cuando toca entrar a matar. Y mis amigas no mienten. A más de una la oí autoculparse por no ser lo suficientemente guapa. Desde luego que lo es, pero la pregunta es: ¿cuándo fue que los hombres han dado el salto cualitativo del “cualquier agujero es poncho” al “sino es con Cindy Crawford, nada”? Y sí, las mujeres hemos pasado de detestar ese comportamiento digno de conejos a echarlo de menos. Y no porque queramos a un tío así en nuestra vida, sino porque cada vez es más difícil llevarse uno a la cama. No me avergüenza decir que es frustrante. No habría otra palabra que describa mejor ese sentimiento que nos corroe cuando encontramos a un tío que “vale la pena” (figurativa y literalmente) y la pena llega muy rápido. Al tercer polvo todo se complica (eso si tienes suerte, sino será luego del primero). ¿Pueden existir tantas dificultades a la hora de establecer un mono-coito? 

Pues parece que sí, y la causa no es otra que la energía de radio frecuencia cociendo a fuego lento un testículo. En segundo lugar, y si recurrimos a la vieja sabiduría popular de que los hombres piensan con el pene, la analogía resulta reveladora. El sobrecalentamiento testicular afecta de algún modo la sinapsis neuronal en el lóbulo cerebral que rige el comportamiento con los individuos del sexo opuesto. O sea, nosotras. Lo peor de todo, y sí nos alineamos con el darwinismo, es que el hombre es un animal en constante proceso de adaptación y evolución, lo cual significa, lisa y llanamente, que los tíos serán cada vez más gilipollas al tiempo que estarán cada vez más convencidos de actuar como heroicos caballeros.

En la misma línea, y como tampoco nos salvamos de las putas ondas electromagnéticas, algunas mujeres se volverán cada vez más ansiosas. Eso si no tienen unas amigas maravillosas como las mías, a las que también les pasan cosas surrealistas con los hombres del nuevo siglo y se comen el coco con tíos que definitivamente “no valen la pena”. Y porque somos geniales la pena nos dura poco y, aunque parezca paradójico, la ahogamos con 20 minutos de móvil. De hecho, estas líneas no hubieran sido posibles si después de una conducta masculina inexplicable, ellas no hubieran estado del otro lado para reirnos un rato. Al menos la postmodernidad nos ha traído la tarifa plana.